viernes, 30 de octubre de 2009

EN MEMORIA DE HAROLDO

Elhombre se levantó y como todos los días, por costumbre, se detuvo en la cocina. Preguntó a sus hijos si habían desayunado.
Ante la respuesta de los chicos, entendió que estaba más cerca del almuerzo que del desayuno. Su enorme cuerpo se movía con lentitud mientras preparaba unos mates.
Con la vista recorría los objetos; en el patio, un perro grande y negro no dejaba de ladar.
El hombre alto que, alguna vez, corrió tras un balón de rugby, agil y desafiante, esa mñana sentía el dolor de la existencia en cada paso. Abrió con dificultad la puerta de la cocina. Con ternura, el hombre acarició la cabeza del animal y lo condujo hasta el frente de la casa. A llí el perro volvió

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